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Barbara Joan Schaffer


PELEA DE GALLOS EN LA BARRA DE COLOTEPEC

2005

Dos gallos de pelea abrazándose en el aire - sus plumas erizadas y rectas - parecen ser un pájaro mítico de una belleza sobresaliente o el arquetipo para una película de kung-fu.

Los palenques figuran en los días festivos mexicanos, y asistí a mi primero durante las fiestas de mayo en la Barra de Colotepec. Fue mejor y peor de lo que había esperado. Había visto peleas de gallos en el cine donde parecían un poco siniestro, pero tuve amigos mexicanos en E.U. que eran buenas personas que criaban gallos de pelea en su país natal. ¿Fue una cosa de diversión familiar o fue algo del ambiente machista? ¿La crueldad a los animales o los animales divirtiéndose? ¿Podría yo experimentar un aumento de adrenalina por apostar en un ave?


Barra de Colotepec,
Santa Maria Colotepec,
Oaxaca México
mayo 2006

El palenque fue un área de terreno cercado por barreras portátiles de madera, justo de la altura y a la anchura para poner un plato de barbacoa o una botella de cerveza, si estuvieras sentado en una silla en la primera fila como estábamos mis compañeros y yo. El sitio fue un ranchito al lado del río. Una vaca pastaba bajo de un árbol; el río fluía ligeramente, y las moscas retozaban por todas partes. La entrada fue 70 pesos. Llegamos demasiado temprano, a las 5:30; pero conseguimos buenos asientos y pudimos comprar la excelente barbacoa por 30 pesos. Además, pudimos observar la transición de los gallos de sus cajas a sus jaulas.

La primera sorpresa fue que hermosos que son: el plumaje de colores muy vivos es fuera del mundo. No se parecían por nada como los gallos de la granja. Estos gallos se han criado por generaciones por su agresividad, que es algo que no sirve en un gallinero, y sus plumas, las cuales los machos exponen a las hembras, fueron una manifestación de su pugnacidad. Por supuesto, ningún ave silvestre podría estar tan bien alimentado o mantenidos como ellos. Si fueran buenos posiblemente vivirían para pelear tres o cuatro veces antes de ser semental.

  

El pesar empezó por las ocho. Un veterinario pesa a cada gallo, pone una etiqueta en la pata, y ata las espuelas. Hay tres categorías de peso y los gallos pelean dentro de su grupo. Había diez criaderos; cada uno recibió un número. El nombre y número de cada rancho estuvieron escritos en una hoja grande y las hojas estuvieron puestos alrededor del palenque. Después hubo un sorteo para determinar cual gallo pelearía con cual otro. Fue anunciado que si un criadero perdiera ambas peleas en las primeras dos series, sería descalificado de participar en los dos series siguientes. No sé si esta regla fue para limitar el número de peleas o para asegurar que los criaderos no guardaran sus mejores pájaros para el final.

Cuando por fin se anunció la primera pelea, los gallos fueron llevados a los lados opuestos de la palenque por sus entrenadores quienes los agarraron con mucho cariño. Después los bajaron para que pudieran mostrar su modo de andar. Luego los levantaron para provocarlos con otro gallo para que el público viera su agresividad.


Gallos de Pelea - Oaxaca

Ya era hora de apostar. Habíamos creído que los apuestos serían 200 pesos, pero el mínimo por la primera pelea fue $400 - demasiado para nosotros. El cobrador de las apuestas no nos desilusionó. Podría haber salido de cualquiera película que yo había visto: enjuto, aburrido, de mediana edad, pero guapo. Cuando le dijimos que no quisimos apostar, dio con un discurso al estilo de B. Traven: la vida es breve, demasiado breve para no arriesgarse. No fue muy convincente, pero fue bueno escucharlo. Pedro, el único mexicano en nuestro grupo de cuatro y el único que sabía algo de las peleas, nos urgió que apostáramos con el gallo señalado “verde”. El gallo tenía experiencia, y el criador y el entrenador eran conocidos. No estábamos preparados a apostar; ganó el verde.

Apostar es muy fácil; cada gallo en cada pelea está designado o rojo o verde. Apuestas por el color. El problema es que cada apuesta tiene que tener un contrincante. Siguiendo el consejo de Pedro, decidimos apostar en la segunda pelea con el verde, pero como nadie quería apostar con el rojo, no pudimos hacer la apuesta. O, mejor dicho, cuando alguien apostaba con el rojo, el verde fue dado a otra persona. Nos castigaban por no haber apostado antes.

Ya se llenó el palenque. Hubo por lo menos cien personas: familias con niños; grupos de chicas, algunas con sus novios; muchachos y hombres de todas edades. Se ponía muy caliente; todo el mundo sudaba.

Pedro nos había explicado que los gallos experimentados eran mejores que los novicios. Después de cada pelea, los aves, si sobrevivían, fueron suturados y atendidos por especialistas veterinarios. Así nos aconsejó que apostáramos con el veterano en la tercera pelea, que fue, otra vez, el verde. Pero no aceptaban apuestas en contra del rojo. “Por otro lado,” dijo Pedro, “se ve bien el rojo. Me gusta como se pone las patas juntas cuando salta.” Por eso John - un surfista de Colorado - y yo pusimos $200 cada uno para apostar con el rojo.

Fue un combate interminable, siempre en el suelo, y muy pronto fue obvio que el rojo no tenía ningún chance.  De vez en cuando se paraba la pelea; los entrenadores alisaban las plumas, y la pelea empezaba de nuevo. Hubo una cuenta, y el rojo se quedó tumbado. Pero la pelea no se acabó. El dueño del rojo no concedió. Se pusieron los gallos dentro de un círculo, delineado con tiza, en el centro del palenque. El verde también estaba cansado, pero tenía la fuerza para derribar al rojo para otra cuenta. El público estaba callado; no gritaba como el boxeo o las carreras de caballo. Esta vez la cabeza del rojo estaba en el suelo por la cuenta de diez. El cobrador regresó y tomó los cuatrocientos pesos que estaban todo el tiempo en la barrera delante de nosotros. Él no nos dijo ni una palabra. Salimos un poco después; no tuvimos más dinero para apostar, y hacía muchísimo calor.



 

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